Por Marcelo Mojica Cruz
Aunque no es lo característico, inicio esta modesta entrega
curándome en salud: ni El Quijote con su tradición liberal e inquebrantable
defensor de los derechos humanos ni quienes en él escriben, creo, han
manifestado prejuicios ridículos y menos de los otros, ante las preferencias
eróticas de cada persona. La razón es simple: la orientación sexual de cada ser
pensante es un derecho propio el cual sólo demanda ejercer esta libertad con
responsabilidad. Por lo tanto, lo que de aquí en adelante se escriba no conlleva
la mínima intención de ofender, denigrar o exhibir a nadie por sus tendencias
amatorias. Vale.
Lo anterior viene a cuento porque en el pasado encierro de
burros los organizadores cometieron un error gravísimo al tergiversar el
sentido medular de una tradición única de Alvarado. Y digo los organizadores
porque ellos deben haber seleccionado a la persona que por medio del equipo
móvil de sonido atronó los oídos de los espectadores con pensamientos y
palabras de baja estofa dando una interpretación errónea, no sé si
intencionalmente, a este magno acontecimiento. Aunque pensando a fondo y siendo
benevolente con el del micrófono, más bien puede tratarse de una extraordinaria
ignorancia. Esta conducta se hace más grave en cuanto a que el encierro fue el
mejor de los últimos años. Hubo comparsas que lucieron hasta una bien montada
escenografía. Hubo un orden en el desfile que permitió apreciar los atavíos
femeninos portados por jóvenes cuya masculinidad no la pierden ni siendo los
mejores actores. La esencia, en fin, a cargo del pueblo estuvo muy a la altura
de la tradición, sin embargo, esas nefastas bocinas fueron una mala nota. Ojalá
y que el criterio de los visitantes y el de los paisanos sea de altos vuelos y
hagan caso omiso al ignorante elegido por la comisión organizadora.
Don Emilio Valerio Molina Babuco. |
El encierro de burros, de acuerdo con la tradición, no es
un desfile de travestis y menos es un disfraz de tendencias ocultas que se
manifiestan en esta fiesta. Al contrario, es una participación espontánea de
personas alegres para representar ante el pueblo un remedo a la solemnidad, a
la gallardía y a la gracia de nuestras acostumbradas cabalgatas. Quienes se
inscribían eran hombres formales y varoniles con el ánimo firme de hacer reír
al pueblo. El lugar de los corceles lo ocupan los burros. Los regios vestidos
se tornan en indumentarias ya en desuso a los que hay que abultar las partes de
ocupación femenina. Las señoriales gualdrapas equinas son moños de papel de
china. El abanico español de varillas de carey y tela de seda bellamente
pintada se cambia por un soplador cotidiano. Y así, lo serio se convierte en
burlón; la gracia en desgarbo y la distinción en tosquedad. La risa, pues
estaba presente en cada espectador, pero sobre todo, en las mismas remedadas
quienes veían su “retrato” en broma, ya que en el encierro también había
“capitana”, “abanderada”, “tenienta”, etc. y si ellas habían participado en
alguno de esos puestos se sentían personificadas en ese señor conocido y
respetado, porque aunque parezca lo contrario, quienes participaban en los
encierros de antaño se tomaban muy en serio su actuación. Me dicen que algunas
personas de antaño que participaron en los encierros fueron don Emilio Valerio
Molina Babuco, (a quien doña Tila Hernández le confeccionaba el atuendo
de esa tarde), don Francisco Gregorio Figueroa Mora Chico Goyo, don
Isidro Zamudio Uscanga El Cabezón, el profesor Ernesto Macarti Torres,
don Ricardo Lara Tiburcio, Don Ventura Caballero Tío Cojo, Rubén Delgado
Clavito, Carlos Rosas Santiago Pipi. Aquí me detengo porque la
lista es extensa.
En esta fotografía, quizá tomada por Brígido Hernández
Mantilla, en la calle Juárez, muy cerca de la esquina con la de Dr. Luis E.
Ruiz, el tiempo quedó atrapado allá por los años cuarenta del siglo pasado. El
retratado es mi tío Enrique Cruz Ochoa y está remedando a alguna amazona que
participó en alguna cabalgata. Según la historia de la familia, a mi tío lo
disfrazaban en la casa de mi tío Gume y de mi tía Pilucha. En el arreglo
participaban mi madre, mi tía Rafaela y sus primas hermanas Chila, Carmita y
Flora siempre bajo la curiosa mirada y la risa a flor de labios de las más
chicas Pilu y mi madrina Mary. El rito comenzaba varias horas antes de la cita.
Definido el disfraz se buscaba la ropa precisa, el calzado, las medias, el
tocado. El maquillaje era obra de artistas al igual que el arreglo del cabello
y la elección de los accesorios. Con coloretes, pinturas de labios y los demás
cosméticos se esmeraban para que mi tío se luciera en el encierro como uno de
los mejores disfrazados.
Don Enrique Cruz Ochoa.
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La postal original está retocada con los colores reales y
de tan buena calidad que ha resistido el paso del tiempo. Está tocado con un
gorro de viaje adornado con dos tulipanes de patio en la parte superior y lo
lleva atado debajo del mentón con largas cintas blancas que le cubre el centro
del pecho. El detalle de la peluca fue genial: está perfectamente peinada y con
un brillo que resalta en forma de cerquillo sobre su frente y por lados le
cubre casi las orejas dejando ver sólo los lóbulos de los cuales penden sendos
aretes de presión. Otro toque de altura es el tulipán en la sien derecha, un
accesorio genial para su rostro perfectamente maquillado con un rubor de
señorita de alta clase que armoniza con el tono de sus labios. Porta un vestido
rosado, largo de media manga de hechura sencilla. En la mano derecha sostiene
un abanico de palma pintada muy a tono con el conjunto del disfraz. Montado a
la usanza charra de la escaramuza, su pierna derecha queda oculta por el
vestido, pero su pierna izquierda muestra, como toque chusco, la media caída y
los bellos masculinos. El calzado habla por sí sólo: un estilo de muchos atrás.
El jumento se llamaba Venancio, pertenecía a mi tío Gume quien lo usaba
para repartir la masa de su molino de nixtamal. El color del moño sobre su
cabeza indica su sexo.
Como anoté al
inicio, el encierro ha sido y debe seguir siendo una fiesta chusca pero formal
dentro de nuestra tradición fundadora: las fiestas titulares.
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